miércoles, 22 de diciembre de 2010

De la Antología de la literatura fantástica y sus alrededores




Anticipamos un fragmento del ensayo que forma parte de “Innumerables relaciones: cómo leer con Borges” de Daniel Balderston, que acaba de publicar el Centro de Ediciones de la Universidad Nacional del Litoral (UNL)., y se refiere a la influencia que tuvo sobre nuestra literatura la canónica Antología de la literatura fantástica, compilada por Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, publicada por primera vez en 1940.

(Fragmento)

El texto programático más importante de ese momento en la historia de la narrativa argentina es el prólogo que escribe Borges a La invención de Morel, de Bioy, en 1940. Ese texto razona la preferencia de Borges (y de Bioy, su discípulo fiel en ese momento) por la novela de aventuras sobre la novela psicológica (como recuerda el propio Bioy en su posdata de 1965 a la segunda edición de la antología). Dentro de ese marco, Borges celebra el hecho de que La invención de Morel dependa para su solución de “un solo postulado fantástico pero no sobrenatural”, y lamenta el hecho de que en lengua española sean “infrecuentes y aún rarísimas las obras de imaginación razonadas”. La novela de Bioy, publicada el mismo año de la antología (y un año antes que El jardín de senderos que se bifurcan), es uno de los textos que tienen que ver íntegramente con ésta; otro, no terminado a tiempo para ser incluido en la antología de 1940 (pero sí incorporado a la reedición de 1965), es Sombras suele vestir de Bianco (1942), tal vez el momento cumbre de esta literatura.



Si en la introducción a la antología Bioy ya escribe una especie de manifiesto, en la reseña que publica en Sur, en mayo de 1942, de El jardín de senderos que se bifurcan asegura la conformación de un grupo. La reseña comienza: “Borges, como filósofos de Tlön, ha descubierto las posibilidades literarias de la metafísica”. Luego de hablar de la narrativa metafísica y de la ficción policial (géneros que se ven unidos por estar centrados en problemas sin resolver), dice:

Tal vez algún turista, o algún distraído aborigen, inquiera si este libro es “representativo”. Los investigadores que esgrimen esta palabra no se resignan a que toda obra esté contaminada por la época y el lugar en que aparece y por la personalidad del autor; ese determinismo los alegra; registrarlo es el motivo que tienen para leer. En algunos casos no cometen la ingenuidad de interesarse por lo que dice un libro; se interesan por lo que, pese a las intenciones del autor, refleja; si consultan una tabla de logaritmos obtienen la visión de un alma. En general se interesan por los hechos políticos, sociales, sentimentales; saben que una noticia vale por todas las invenciones y tienen una efectiva aversión por la literatura y el pensamiento. Confunden los estudios literarios con el turismo; todo libro debe tender al Baedeker.

La misma posición desdeñosa hacia el realismo literario que expresa Bioy en los prólogos a la antología lo expresa en esta reseña, de modo más tajante.

En el mismo artículo, escribe Bioy:

En conversaciones con amigos he sorprendido errores sobre lo que en esas notas es real o inventado. Más aún: conozco a una persona que había discutido con Borges “El acercamiento a Almotásim” y que después de leerlo pidió a su librero la novela “The Approach to Al-Mutasim”, de Mir Bahadur Alí. La persona no era particularmente vaga y entre la discusión y la lectura no había transcurrido un mes. Esta increíble verosimilitud, que trabaja con materiales fantásticos y que se afirma contra lo que sabe el lector, en parte se debe a que Borges no sólo propone un nuevo tipo de cuentos, sino que ha cambiado las convenciones del género y, en parte, a la irreprimible seducción de los libros inventados, al deseo justo, secreto, de que esos libros existan.

Sabemos por otras fuentes que ese “conocido” es el propio Bioy: está narrando en tercera persona lo que hizo al leer la reseña del libro apócrifo en Historia de la eternidad. Lo interesante de ese hecho es que demuestra que Borges jugaba a sorprender a sus amigos: a Bioy con El acercamiento a Almotásim, a Bianco con Pierre Menard, autor del Quijote. La incertidumbre (lo que Todorov llama la “vacilación” del lector) tuvo sus efectos en el interior del grupo de los antologadores y sus amigos más cercanos, que observaban los efectos de las obras en el laboratorio de sus primeros lectores.

A su vez, de la reseña que escribe Borges de Las ratas, en 1944, vale la pena recordar aquí el hecho de que celebrara en la novela corta de Bianco una posible “renovación de la novelística del país, tan abatida por el melancólico influjo, por la mera inverosimilitud sin invención, de los Payró y los Gálvez”. En la misma reseña, escribe:

Tres géneros agotan la novela argentina contemporánea (voy a citar sólo lo referido a los primeros dos). Los héroes del primero no ignoran que a la una se almuerza, que a las cinco y media se toma el té, que a las nueve se come, que el adulterio puede ser vespertino, que la orografía de Córdoba no carece de toda relación con los veraneos, que de noche se duerme, que para trasladarse de un punto a otro hay diversos vehículos, que es dable conversar por teléfono, que en Palermo hay árboles y un estanque; el buen manejo de esa erudición les permite durar cuatrocientas páginas. El segundo género no difiere muchísimo del primero, salvo que el escenario es rural, que las diversas tareas de la ganadería agotan el argumento y que sus redactores son incapaces de omitir el pelo de los caballos, las piezas de un apero, la sastrería minuciosa de un poncho y los primores arquitectónicos de un corral. (Este segundo género es considerado patriótico).

Así, también, las referencias a lo fantástico en Ficciones, algunas archiconocidas como lo de que la religión y la metafísica fueran consideradas ramas de la literatura fantástica por los pensadores de Tlön, o la preferencia de Hladík por el teatro en verso porque así la irrealidad se podía sentir de modo más fuerte, parten de la misma noción evangélica a favor de una literatura narrativa no realista que subyace en la Antología de la literatura fantástica y en los textos programáticos que la rodean.

De algún modo, Del sentimiento de lo fantástico de Cortázar continúa ese espíritu evangelizador, a pesar de que los textos fantásticos que le importen (Jules Verne, por ejemplo) sean diferentes de los modelos que proponen Borges y Bioy. A la vez, cierra una etapa. Los escritores más jóvenes se alejaron del género que habían promovido Borges y Bioy en los cuarenta; las sucesivas reediciones de la antología le han hecho perder su carácter evangelizante para convertirse en una pieza clave de una arqueología de la literatura moderna argentina.

La confusión que circuló en los cincuenta entre lo fantástico y el realismo mágico, representada sobre todo en el célebre ensayo de Ángel Flores (1955) sobre El realismo mágico en la literatura hispanoamericana, hizo que cualquier desvío de las estrategias del realismo, ya sea lo fantástico, lo real maravilloso, el realismo mágico, la ciencia ficción etc., se considerara como parte del mismo fenómeno. Luis Leal, en el ensayo El realismo mágico en la literatura hispanoamericana (1967), arguye que las definiciones que usaba Flores eran demasiado vagas, y que el “magical realism cannot be identified either with fantastic literature or with psychological literature” (121). Siguiendo a Leal, la mayor parte de la crítica posterior distingue entre el realismo mágico y la literatura fantástica. El realismo mágico (representado, supongo, por obras como Cien años de soledad y La casa de los espíritus) ha tenido una trayectoria comercial muy diferente a la de la literatura fantástica preconizada por Borges y sus amigos en los cuarenta, y tal vez haya contribuido a que la literatura fantástica se leyera de un modo exotizante que poco tiene que ver con el proyecto esbozado en la antología. Sin embargo, algunos críticos recientes como Scott Simpkins han querido leer los cuentos de Ficciones dentro de la tradición del realismo mágico, apelando a la presencia de textos “mágicos” en esos relatos, como Las mil y una noches en El Sur y la novela de Ts’ui Pên en El jardín de senderos que se bifurcan. También Seymour Menton anexa gran parte de la obra narrativa de Borges al realismo mágico en un artículo de 1982 y en un libro de 1998, sin hablar nunca de la Antología de la literatura fantástica o de las ideas de Borges sobre lo fantástico.




La Antología de la literatura fantástica, que Ángel Flores reconociera en 1955 que era de “tan amplia influencia”, tuvo consecuencias diversas en la literatura argentina y en la hispanoamericana en general. Sin duda, parte de la obra posterior de Bianco, Cortázar, Denevi, Wilcock y otros, no hubiera existido sin la evangelización a favor de lo fantástico que hicieron los tres compiladores. La antología impuso una nueva moda y modalidad de la narrativa de imaginación. Además, hubo influencias específicas, como los ecos del texto breve de George Loring Frost, de un humor negro especial, en la obra de Cortázar. De modo semejante, El cuento más lindo del mundo, de Kipling, es el pretexto más importante de La culpa la tienen los tlaxcaltecas, de Elena Garro, vinculada en esos años, como sabemos, a Bianco y a Bioy por fuertes lazos de amistad. En la antología es de notar la intención didáctica de mostrar las virtudes de un género llamado “menor” (una estrategia que seguirán Borges y Bioy en los años posteriores con el género policial). A la vez, resulta notable cómo privilegian el cuento fantástico que tiene carácter metanarrativo (Beerbohm, Borges, Kafka, Kipling) sobre relatos más simples de aparecidos, de dobles o de viajes en el tiempo.

Sin embargo, es extraño que el paso por lo fantástico de Borges, Silvina Ocampo y Bianco haya sido más bien breve. Sólo Bioy y Cortázar tuvieron un interés duradero en esa modalidad narrativa, y aun para ellos ese interés sólo duraría hasta la década de los sesenta. De algún modo, El sueño de los héroes (1954), de Bioy, y algunos cuentos de Cortázar de los cincuenta marcan el fin de la moda de la literatura fantástica en la Argentina. Por lo tanto, la reedición de 1965 pone en circulación de nuevo algo que ya ni siquiera practicaban los tres antologadores, mucho menos sus seguidores.

Fuente ; El Litoral.Com
Daniel Balderston
18-12-2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario