sábado, 2 de abril de 2011

Azares y temores radiactivos


Lo azaroso desconcierta. Por ejemplo: la lógica nos dice que no vale la pena jugar a la lotería, pero un impulso irracional nos replica: "Alguien la va a sacar". Usar el cinturón de seguridad aumenta la probabilidad de supervivencia en porcentajes superiores a los de ganar la lotería, pero a veces incurrimos en el «a mí no me va a pasar»".

Una confusa fascinación por lo incierto nos atrae más hacia lo improbable por venir, por inocuo que sea, que hacia lo que ya pasó, por tremendo que haya sido. Así, más de 10.000 muertos por el tsunami recibieron menos cobertura que un número muchísimo más chico de potenciales víctimas de un accidente nuclear que podría extenderse más allá de Japón.

Estuve siguiendo el fenómeno de la llegada de átomos radiactivos a Estados Unidos a través de Alejandro García, físico nuclear de la Universidad de Washington, en Seattle. Con un filtro de acondicionador de aire esperaban atrapar átomos que días antes se habían incorporado a los vientos y que en un anónimo periplo llegarían desde Fukushima.

A medida que pasa el tiempo, la probabilidad de detectar átomos radiactivos es menor, ya que el ahora famoso yodo 131 tiene una vida media de ocho días: si uno empieza con un gramo, al cabo de ocho días hay sólo medio gramo de material; a los 16 días, hay un cuarto de gramo, y así la cantidad se va dividiendo por dos cada ocho días.

Durante días no detectaron nada, hasta que hace unas dos semanas, según me comentó Alejandro, lo detectaron. ¿Qué riesgo implica esto? Prácticamente, ninguno. Pero, una vez más, la comprensión limitada de las probabilidades llevó a los californianos a comportamientos colectivos erróneos. Es muy improbable contaminarse con una dosis tan pequeña de yodo 131 como la que se está detectando en la costa oeste. Sin embargo, miles de personas empezaron a tomar pastillas de yoduro de potasio en dosis altas. La razón es que así se satura la exigencia de yodo y el organismo no asimilaría el hipotético yodo radiactivo que, según se sabe, aumenta la incidencia de cáncer de tiroides. Pero todo medicamento tiene contraindicaciones en dosis extremas. La contraindicación es en sí misma una precaución estadística: es esperable que una fracción pequeña de individuos tenga efectos no deseados. Y si miles de personas toman yodo en dosis grandes, es esperable que haya un número chico, pero considerable de enfermos (un solo enfermo es ya considerable) debido a una precaución probabilísticamente infundada.

En "La trama", Borges compara dos gritos patéticos: el "¡Tú también, hijo mío!", de César, que descubre la cara de su protegido entre los "impacientes puñales" que lo acosan, con el "¡Pero che!" de un gaucho del sur de Buenos Aires cuando reconoce a su ahijado entre los gauchos que lo matan. La historia invita a una aplicación llamativa del cálculo de probabilidades, comparable a la difusión mundial de átomos de Fukushima.

¿Cuál es la probabilidad de que en la bocanada de aire que ustedes acaban de inhalar haya al menos una molécula de las que exhaló César? La pregunta está en un libro de James Jeans, un estilista la ciencia, y el cálculo preciso está en Innumeracy , de John Allen Paulos. La respuesta es un sorprendente 99%. La razón es que, si bien una sola molécula representa una ínfima fracción del aliento, resulta ser casi igual a la fracción del volumen total de la atmósfera ocupado por el aliento. Entonces, si el aire del pulmón del César en su momento último se distribuyó uniformemente por el aire del planeta, ustedes acaban de respirar al menos una de sus moléculas. Y lo mismo se aplica a los átomos de plantas contaminantes del planeta, por las que no nos preocupamos.
La radiación aumenta si hay nuevos átomos radiactivos en el ambiente; de eso no hay duda. El asunto es cuánto. El cosmos nos bombardea con rayos cósmicos en dosis bajas; algunos son filtrados en la altura y otros llegan a la superficie. Como consecuencia hay más radiación en la altura. Si hubiera un riesgo adicional por los átomos de yodo que se están midiendo en la costa oeste, sería equiparable o incluso inferior al riesgo de un habitante de Tafí del Valle, en Tucumán, comparado con el de uno de Buenos Aires en relación con los rayos cósmicos.

Las probabilidades y las estadísticas consienten el mayor de los choques entre la intuición y la ciencia, y lo que estamos viendo es una encarnación más de este precepto. Si, como dice Galileo, Dios escribió el libro del universo en lenguaje matemático, entonces al capítulo de probabilidades lo escribió con caligrafía de médico.

Fuente : La Nacion - Alberto Rojo
El autor es físico y músico. Enseña física en la Universidad de Oakland
Viernes 01 de abril de 2011

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