sábado, 30 de abril de 2011

El no de Sábato a Borges



Aquel 4 de noviembre de 1971 un mensajero salía desde la casa de Sábato en Santos Lugares con destino a la antigua Biblioteca Nacional de la calle México. Llevaba un sobre dirigido al director.

«Estimado Borges: -se lee al comienzo- que el más notable prosista de nuestro idioma quiera proponerme para integrar el cuerpo que, teóricamente, constituye la mayor autoridad lingüística de nuestra patria, es para mi el más alto honor que he recibido en este cuarto de siglo que llevo intentado escribir algo. Por ese gesto suyo le ruego acepte mi más grande reconocimiento. No obstante -agrega en otro párrafo- me siento obligado a declinar el ofrecimiento.» Sábato funda su actitud con varios argumentos. Parecidos o iguales a los que inspiran la reacción de los artistas frente a las fronteras académicas, la ortodoxia y los dogmas.

El debate es tan crucial como actualísimo. Se trata de saber si el idioma requiere que sea legitimado por la ciencia. Si como una planta cultivada exige un tutor o si ,como la hiedra del bosque, hay que dejarla extenderse sin medida. O, también, si responde a un movimiento natural y perpetuo del libre albedrío, o debe ser controlado por expertos para que no acabe siendo el fantasma de la lengua de origen. La línea de la transgresión o de la herejía es la que impulsó García Márquez con su idea de abolir las reglas ortográficas. «El terror del ser humano desde la cuna», dijo. Y proclamó su consigna antiesclavista: «Hay que liberar a la lengua de sus fierros normativos». Su provocación sacudió a Zaratecas en 1997, la ciudad de México donde cientos de sabios del idioma asistieron a la inauguración de la primera versión del encuentro.

En aquella carta, Sábato se anticipaba en el concepto. Escribía: «Se sabe que los grandes escritores siempre fueron rebeldes. Importantísimas obras de la literatura europea se levantaron aparte, cuando no francamente en contra, de las ilustres recomendaciones».

Y cita las epopeyas de Boyardo y Ariosto, el teatro de Shakespeare y Marlowe, Lope de Vega y Calderón. Y toda la novela: desde el Lazarillo y el Quijote, hasta Gulliver y el Candide.

Tal vez haya un lugar de la encrucijada donde se pueda producir un encuentro sabio. Que apruebe la desobediencia de los genios para que sobre la libre creación de la lengua no penda la amenaza del cautiverio.

«El idioma -escribía Sábato- lo hace la comunidad lingüística toda, de modo misterioso e irracional, disparatado pero significativo y viviente. Y los grandes creadores son los que interpretan y dan culminación a los hallazgos de todo su pueblo. Son ellos los únicos ejemplos o paradigmas que debemos tener presente, incluso para parcialmente negarlos. Lo demás es inútil, cuando no pernicioso.»

Fuente : La Ventana
Casa de las Américas
20 de Septiembre del 2004

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