lunes, 16 de julio de 2012


EL ESCEPTICISMO EN LA OBRA DE JORGE LUIS BORGES 




Bernat Castany Prado (España)

1.- Introducción:

En primer lugar, me gustaría exponer algunas de las cuestiones metodológicas a las que me enfrenté antes, durante e, incluso, después, de la escritura de este trabajo.

Quiero señalar, por ejemplo, que el objeto de mi estudio no es el “Borges real”, al que considero inalcanzable, nouménico, porque, entre otras razones, creo imposible distinguir en una obra literaria cuándo el autor real habla y cuándo lo hacen sus criaturas; y porque afirmar que Borges fue escéptico supone postular una identidad continua y cohesionada contra la cual abundan los argumentos.

Así, pues, el objeto de mi estudio es la obra de Borges, que he considerado, al modo empirista, como una serie de fenómenos literarios en los que es posible hallar constantes ordenables en interpretaciones de mayor o menor coherencia.

Sin embargo, la posición antibiográfica puede llevarnos a absurdos como, por ejemplo, analizar Si esto es un hombre de Primo Lévy sin tener en cuenta las circunstancias bajo las que fue concebido. Mi posición, pues, ha sido ecléctica y ha tratado de elaborar una interpretación basada en lo textual que utilice como refuerzo conjeturas psicológicas, sociológicas e históricas.

Otra cuestión previa a la que me he enfrentado es la del estatus intelectual de Borges. Se ha discutido mucho sobre si éste era filósofo o literato. Creo que la mejor manera de solucionar este problema es salirse fuera de las coordenadas que lo plantean; esto es, del actual momento filosófico. Ciertamente, antes del advenimiento de la modernidad, los “géneros literarios” en los que se vehiculaba la filosofía eran extremadamente variados. Recordemos, entre otros, los poemas de Parménides o Lucrecio, los aforismos de Heráclito o Solón, los diálogos de Platón o Cicerón, las memorias de Jenofonte o San Agustín, los tratados  de Plutarco y los ensayos de Montaigne.

La modernidad, sin embargo, le impuso a la filosofía un estilo apodíctico y una estructura sistemática. A partir de ese momento los autores que, llevados por su desconfianza en las capacidades racionales, escribieron en los límites entre la filosofía y la literatura, se vieron reducidos a ser “meros” literatos. Pero la posmodernidad inició un proceso de rescate de las formas premodernas de enunciación filosófica. En este sentido la obra de Borges, como la de muchos otros escépticos “contemporáneos”, liberada totalmente de las supersticiones cientificistas de la filosofía moderna, sirvió de bisagra entre la premodernidad y la posmodernidad.

Creo que dicha historización puede ayudarnos a disolver el falso dilema de si Borges era filósofo o literato. Asimismo, este enfoque me ha reafirmado en la idea de realizar un análisis interdisciplinario de la híbrida obra de Borges, teniendo en cuenta que no se puede, si no es con gran pérdida, imponer divisiones ajenas al espíritu de los textos.

En lo que atañe al estado de la cuestión no hará falta decir que la cantidad de estudios que ha suscitado la obra de Borges no es sólo inabarcable sino también extremadamente variada. Lo cierto es que podría aplicarse a la crítica borgeana el tropo de la discordancia que tanto usan los escépticos para subrayar que ante la variedad de opiniones no tenemos un criterio que nos guíe. Podría elaborarse toda una serie de “antinomias de la crítica” que mostrasen cómo cientos de estudiosos defienden cosas radicalmente opuestas. Cabe señalar, sin embargo, que dichas contradicciones no empobrecen, ni mucho menos, la fértil ambigüedad de la obra que estudian. Espero que mi trabajo contribuya a enriquecerla.

Ciertamente se han estudiado muchos aspectos filosóficos de la obra de Borges pero apenas existen estudios intensivos de su generalmente aceptado escepticismo. Cabe señalar, sin embargo, que dicha desatención no sólo se limita a la obra de Borges, en particular, sino también a la filosofía y a la literatura en general.

Una de las razones principales de dicha desatención puede ser que hoy día gran parte de las ideas escépticas han pasado a formar parte del sentido común. Otras pueden ser su carácter oral; su rechazo por parte de la iglesia católica; y el hecho de que la filosofía moderna naciese, en manos de Descartes, como una reacción contra el escepticismo de Montaigne. Este vacío teórico me ha llevado a escribir una primera parte de corte diacrónico que tratase de depurar el término “escepticismo”, de establecer su historia y de mostrar el conocimiento que Borges tuvo de ella.

2.- El escepticismo

Para comprender qué es el escepticismo es necesario tener en cuenta que los conceptos olvidados pierden definición y acaban siendo meras caricaturas de lo que eran cuando se los discutía de forma activa. La erosión conceptual sufrida por el escepticismo explica que con el tiempo éste haya pasado a ser sinónimo de nihilismo, de ateísmo, de mero juego de palabras, de temperamento o de opción inhabitable y suicida.

He intentado disipar estos prejuicios, que también yo tenía, mostrando que dicha filosofía fue, desde un principio, compatible con una posición fideísta; que está formada por dos momentos, uno destructivo y otro constructivo; que no pueden ser meros juegos de palabras aquellos argumentos que los grandes filósofos dogmáticos han tratado de refutar una y otra vez a lo largo de dos mil cuatrocientos años; que no puede ser sólo una cuestión temperamento que Enesidemo o Hume atacasen el concepto de causa, tiempo o individuo; y que, en sus diversas formulaciones, el objetivo del escepticismo no es el nihilismo sino la consecución de la felicidad concebida en términos de serenidad o ataraxia.

Es difícil ensayar una definición sincrónica del escepticismo debido al gran número de aportaciones que se han producido en sus más de veinticinco siglos de historia. Asimismo, el hecho de que el escepticismo piense siempre a la contra de las demás doctrinas implica que su morfología se adapta a los dogmatismos de cada época particular.

Por esta razón he realizado una breve historia del escepticismo en la que se estudian los precursores que éste construyó así como los períodos clásico, medieval, renacentista, barroco, ilustrado y posmoderno. También he visto que Borges se interesaba por doctrinas no europeas afines al escepticismo como el budismo y sus ataques contra la idea de causa, individualidad o materia y cierta tradición coránica y sus exhortaciones a permanecer dentro de los límites cognoscitivos impuestos por Allah.

3.- Borges y el escepticismo

Antes de estudiar la obra que nos ocupa sería importante tener en cuenta aquellos elementos de la condición hispanoamericana, de la condición contemporánea y de la biografía de Borges que puedan haberlo puesto en contacto con dicha tradición o, por lo menos, haber favorecido la creación de una actitud escéptica.

En lo que atañe a la condición hispanoamericana podemos afirmar que la enorme influencia que tuvo el positivismo en hispanoamérica nos permite explicar el rechazo de Borges contra la filosofía especulativa; que la aguda conciencia de no tener un criterio de identidad nacional pudo suponer un caldo de cultivo contra todo tipo de esencialismo; y que la condición periférica de dicho continente pudo conllevar ventajas de las que Borges se mostraría consciente al afirmar que el ser “europeos  nacidos a contramano nos permite ser europeos y no sentirnos trabados por límites geográficos y políticos.”

Al hablar de la condición contemporánea de Borges me refiero al hecho de que éste se educase un momento de inflexión filosófica siendo así que todo cambio de paradigma –sea científico, artístico o filosófico, si es que pueden producirse por separado–, provoca un sentimiento de provisionalidad e incertidumbre, especialmente afín al escepticismo.

En lo que respecta a la biografía de Borges parece que fue su padre, Jorge Guillermo Borges, “devoto de Montaigne y de William James”, quien le enseñó las paradojas de Zenón de Elea que, según él mismo confiesa, “socavaron sutilmente mi tranquilo universo”. Asimismo, Borges dice haber heredado de su padre “la amistad y el culto de Macedonio Fernández” de quien afirmará que “era esencialmente escéptico.”

En sus lecturas Borges frecuentó autores escépticos –Sexto, Agripa, Montaigne, Bayle, Hume, William James, Mauthner- o autores que, por lo menos, poseían un momento crítico o destructivo de alta intensidad, –Berkeley, Schopenhauer, Nietzsche-. También es digno de ser citado el enorme interés que el autor de Ficciones pareció mostrar hacia la tradición humanística, en general, y hacia la tradición hispánica y la tradición inglesa, en particular.

Las principales características del humanismo son el pluralismo, la ausencia de sistema, la variada curiosidad, el diletantismo, la tolerancia, el sentido del humor y la legibilidad. No es casualidad, pues, que Montaigne –tan admirado e imitado por Borges- sea considerado a un mismo tiempo padre del escepticismo moderno y epítome del humanismo.

Asimismo, según Borges, España es un país donde “los escritores sinceros se han mostrado siempre escépticos o tristes.” Por ello he analizado de qué modo dicha filosofía juega un papel fundamental en el pensamiento de muchos literatos de lengua española como Quevedo, Cervantes, Saavedra Fajardo, Gracián, Baroja o Machado y cómo dicha tradición pudo influir en el pensamiento y escritura de Borges.

También la tradición inglesa o norteamericana tuvo una gran importancia en un Borges que afirmaba haber sido, “quizás sin saberlo, un poco británico.” La cultura humanística marcó profundamente la formación y desarrollo de la filosofía inglesa que durante siglos parece haber sido refugio del espíritu humanista, pluralista y escéptico que la modernidad buscó eliminar. Esto explicaría la enorme afinidad que Borges dice sentir hacia figuras como Bacon, Hume, Thomas de Quincey, H. G. Wells, Samuel Johnson, Carlyle, Chesterton o Huxley.

4.- La obra de Borges y el escepticismo

A continuación estudié de qué modo el escepticismo se muestra en la obra de Borges. Distinguí entre huellas filosóficas –ideas, actitudes, argumentos– y huellas literarias –en el estilo, en la narración y en el imaginario–.

Las huellas filosóficas no pueden ser premisas ni dogmas concretos puesto que el escepticismo no es tanto una doctrina como la negación de todas ellas. Nos hallamos, pues, ante actitudes que he decidido agrupar según su participación en el momento destructivo o constructivo del proceso escéptico.

Muchos críticos han subrayado el carácter crítico de la obra de Borges. Juan José Saer, por ejemplo, afirmó ver en ella una “agresividad orgánica”. En efecto, dicha obra presenta las actitudes generales del momento destructivo escéptico: el antisistematismo, el antidogmatismo y el rechazo de toda especulación metafísica.

Claro está que dicha voluntad de destrucción suele tener un objeto ya sea la fiabilidad de los sentidos, la fiabilidad de la razón, la validez del lenguaje como herramienta de conocimiento o las esencias.

Buena parte de la obra de Borges trata de destruir nuestra confianza en las capacidades representativas de los sentidos. En ella hallamos huellas de los diez tropos de Enesidemo, de los equívocos sensoriales de Carnéades, Sexto o Montaigne así como de las numerosas situaciones en las que los personajes de Cervantes, Gracián, Shakespeare o Chesterton sufren alucinaciones visuales y auditivas.

Cabe añadir que, para los escépticos, el obstáculo no reside sólo en la limitación de los sentidos sino también en la ilimitación e inestabilidad del objeto que se busca conocer. Idea que comparte Borges, quien describe la realidad como un hecho infinito, cambiante e inasible desde unas categorías fijas e inmutables.

También la obra de Borges busca convencernos de la precariedad y limitación de la razón humana. Una de las estrategias principales consiste en mostrar la ignorancia de los más preparados para sugerir que la humanidad en general, está todavía más alejada del conocimiento. No es casual, pues, que los relatos de Borges estén repletos de filósofos, teólogos, científicos y literatos excéntricos que fracasan en sus febriles búsquedas. Otra de estas estrategias consiste en mostrar los límites de la razón haciéndonos topar con lo inimaginable y lo impensable, lo que explica que Borges busque enfrentar al lector con lo que él mismo dio en llamar “ideas imposibles.”

Asimismo, para Borges el lenguaje no puede representar fielmente la realidad por la sencilla razón de que la realidad no es verbal. Todo vocabulario, por ejemplo, es una clasificación del universo en contra de cuyas rigideces se complace en atentar, como sucede en el famoso ensayo “El idioma analítico de John Wilkins”. También tratará de imaginar un lenguaje perfecto, divino, que le sirva para mostrar, por contraste, las limitaciones del lenguaje humano. Tal es el caso de “Funes el memorioso”, “El Aleph”, “La escritura del Dios” o “El Golem”.

El cuarto objetivo de los ataques escépticos es el esencialismo. Solemos decir que son “esencialistas” aquellas doctrinas filosóficas que afirman que las esencias, ideas o especies son las verdaderas realidades mientras que los particulares tienen un estatus ontológico inferior. Son cuatro las estrategias básicas que los escépticos suelen utilizar para desencializar un concepto.

La primera consiste en hallar contraejemplos que las problematicen; la segunda consiste en historizarlas para mostrar que no son eternas ni inmutables; la tercera consiste en relativizarlas mostrando que en otros lugares o tiempos no son vigentes, de modo que no pueden ser consideradas universales; y la cuarta consiste en extraer todas las consecuencias de sus premisas implícitas hasta llegar a algún absurdo. Jorge Luis Borges utilizó constantemente estas cuatro estrategias para atacar esencias como las de identidad personal, nación, causalidad, divinidad, tiempo, progreso o realidad exterior.

Ya dije anteriormente que el momento constructivo del escepticismo suele ser menos brillante y original que el destructivo. Sin embargo, aunque también Borges se fijó más en el aspecto crítico de la tradición escéptica, hallamos en su pragmatismo, en su elogio de la tranquilidad, en su irónica humildad y en su bonhomía conversacional una cierta respuesta constructiva que nos indica que el autor de Ficciones no se quedó varado en el nihilismo.

5.- Huellas literarias

En la introducción al apartado “Huellas literarias” he estudiado cómo Borges no es, en absoluto, el único escritor en haber mostrado en su quehacer literario una fuerte influencia escéptica.

Como ya dije anteriormente, al ver el enorme número de escritores “clásicos” que pertenecen a esta tradición empecé a sospechar una íntima relación entre el escepticismo y el clasicismo, no en el sentido dieciochesco del término, claro está, sino en el sentido más general que designa a aquellos escritores cuya lectura, a través de los siglos, parece no agotarse. Esto me llevó a estudiar las razones del alto grado de potencialidad estética del escepticismo.

Desde un buen principio el escepticismo se vio como una técnica para brillar en la conversación o en la escritura. Lo cierto es que, al no afirmar nada, el escéptico exhibe sin peligro alguno la finura de sus refutaciones, ironías, caricaturas, paradojas y demás artificios retóricos y filosóficos que su tradición ha ido acumulando.

Además el escepticismo privilegia, como tema y recurso literario, la ambigüedad que, según autores como Umberto Eco o Frank Kermode, es la principal fuente de riqueza literaria y una de las características fundamentales de todo clásico.

Cabe añadir a este respecto que aplicado a las relaciones humanas el escepticismo es enormemente fértil puesto que da cuenta mejor que cualquier otro enfoque de su complejidad.

Además, al poner en cuestión no sólo la fiabilidad de los sentidos sino también los conceptos y categorías de la razón, las obras pertenecientes a dicha tradición literaria poseen una enorme fuerza desautomatizadora que consigue provocar en el lector sensaciones como la risa, la sorpresa, la perplejidad, la inquietud o la belleza.

Asimismo, el hecho de que la voluntad cuestionadora del escepticismo afecte también a todo tipo de doctrina estética hace que los escritores pertenecientes a la tradición literaria escéptica sean fuertemente innovadores.

A estas razones estéticas se le añade una razón ética: el escritor escéptico, consciente de la ignorancia del ser humano así como de sus debilidades e inconstancias, tiende a ser comprensivo y tolerante con sus personajes lo que parece ser característica principal de clásicos como Cervantes o Shakespeare.

No me extrañó, pues, descubrir que un escritor con tanta conciencia y voluntad de estilo como Borges tratase de apostar por una clasicidad cuyas características literarias están estrechamente ligadas al escepticismo. Esto me ha llevado a estudiar de qué modo dicha actitud filosófica se mostraba en el estilo, la narración y el imaginario borgeano, sin olvidar que toda característica literaria es, en sí misma neutra, y “adquiere su particular eficacia sólo por su enlace con tal o cual actitud particular.”

En lo que respecta al estilo he distinguido entre características formales y tonales. Entre los recursos formales nos hallamos con la vacilación lingüística que tiende a provocar en el lector la sensación de inasibilidad o de inseguridad, tan afín al espíritu escéptico; con el uso de toda una serie de expresiones de distanciamiento o atenuación de la afirmación –quizás, acaso, tal vez, es verosímil, ignoro, es dudoso- que contribuyen a generar una atmósfera de irresolución y vaguedad que todo texto escéptico tiende a provocar; y con la enumeración caótica que sugiere la irreductible pluralidad del mundo y supone una perfecta ejemplificación del tropo del desacuerdo.

También la abundancia de citas le sirve a Borges para deshacerse de la responsabilidad de estar afirmando así como para provocar en el lector una sensación de insuficiencia e ignorancia que coincide totalmente con la sensación que todos los textos escépticos buscan causar en sus lectores. Asimismo, el recurso de la doble negación le permite atenuar sus afirmaciones y crear una sensación de inestabilidad semántica. El doble discurso o antilogía, en cambio, que consiste en dar todas las razones a favor y en contra de una idea sin inclinarse por una u otra opción, busca provocar en el lector la epoché o suspensión de juicio y la consiguiente serenidad de espíritu o ataraxia.

En lo que atañe al tono de la escritura de Borges, bastará recordar que los rasgos típicos del carácter escéptico son la bonhomía, la afabilidad, el buen humor, la tolerancia y la buena fe conversacional. Todo ello concuerda perfectamente con el carácter conversado de la obra de un Borges que llegó a afirmar que “todo libro es un diálogo”.

Al estudiar las huellas del escepticismo en la narración borgeana me he ocupado, en primer lugar, de los géneros y subgéneros literarios que Borges practicó habitualmente así como de las modificaciones que éste les infligió; y, en segundo lugar, de las estrategias narrativas más características de su escritura.

En lo que respecta a los géneros parto de la idea de que las diferentes doctrinas o actitudes filosóficas tienden a privilegiar unos géneros narrativos sobre otros. El neoplatonismo, por ejemplo, favoreció la poesía de corte místico y la alegoría; el aristotelismo, la descripción demorada y el realismo; la modernidad, la linealidad argumental y el misterio descifrado racionalmente; y la posmodernidad, el desorden y el perspectivismo. Los géneros que hallo que el escepticismo ha privilegiado en Borges son el fantástico, el policial y la ficción científica.

El uso literario de elementos fantásticos busca sugerir la existencia de misterios a los que ni la razón ni la ciencia pueden acceder. Pero es en los orígenes del género donde la literatura fantástica y el proyecto escéptico armonizan perfectamente. Por un lado, los escépticos siempre tildan de “fantásticas ficciones” todas las afirmaciones realizadas por los filósofos dogmáticos. Por el otro, los primeros relatos fantásticos parecen haber surgido como una reacción contra los excesos del racionalismo, cuyos éxitos científicos habían ido desencantando la naturaleza siendo así que, según Caillois, “lo fantástico es posterior a la imagen de un mundo sin milagros, sometido a una rigurosa causalidad.”

En efecto, los ocho temas específicamente fantásticos que Borges dice haber hallado –la metamorfosis, la frontera entre la vigilia y el sueño, el hombre invisible, los juegos con el tiempo, la presencia de seres sobrenaturales entre los hombres, el doble, el más allá y los bestiarios- problematizan la definición de conceptos metafísicos como la identidad, la humanidad, la realidad, la temporalidad, la razón y los sentidos. De este modo, el género fantástico traduce a la ficción los ataques que el escepticismo dirige contra dichos conceptos así como contra la excesiva seguridad y rigidez con la que los dogmáticos dicen comprender la realidad. Recordemos, asimismo, que para Borges “la literatura fantástica no es una evasión de la realidad, sino que nos ayuda a comprenderla de un modo más profundo y complejo.”

Para el mismo Borges la ficción científica no deja de ser “un género de la ficción fantástica”. Ciertamente nos hallamos con una similar problematización de conceptos metafísicos, filosóficos y científicos así como con una constante queja concerniente a los límites del lenguaje a la hora de describir realidades radicalmente diferentes a las nuestras. Cabe añadir que en su descripción de otros mundos, culturas, religiones, racionalidades y modos perceptivos, la ficción científica nos hace tomar conciencia de la contingencia y limitación de nuestra razón y sentidos así como de lo relativo de nuestras costumbres, leyes y creencias. Lo cierto es que Borges no sólo se interesó por las figuras principales de la ficción científica como H. G. Wells, Olaf Stapledon, Ray Bradbury o Aldous Huxley, sino que también la practicó en relatos como “Tlön, Uqbar, Orbis tertius” o “Utopía de un hombre cansado”.

En lo que atañe al género policial, me parece interesante constatar que el primero de sus héroes, Auguste Dupin, era, tanto para Borges como para Poe, su creador, símbolo de la razón. También Nélida E. Vázquez consideraba que este tipo de narración era “producto de una acérrima confianza en la lógica, entendida como instrumento de verdad.” De este modo el detective se nos aparece como un culpable de pecado de orgullo y el relato policial como símbolo del drama metafísico. Este hecho hará que Borges haga fracasar al detective de tal modo que relatos como “La muerte y la brujula” pueden leerse como un castigo contra ese Prometeo moderno que es el detective.

En el siguiente apartado estudié las estrategias narrativas características de la escritura borgeana que pudiesen revelar una actitud escéptica. Una de ellas fue la paradoja y el oxímoron como estructura narrativa. Para el mismo Borges, la ilustre perplejidad que provocan las paradojas “no es ajena  a los procedimientos de la novela” siendo los ejemplos más destacados El proceso y El castillo de Kafka. No es extraño, pues, hallar en su misma obra un traidor que es héroe, un perseguidor perseguido, una biblioteca de libros ilegibles, un minuto que es un año y un Judas que es un Cristo. Coincido con Jaime Alazraki en que el común denominador de esta constancia estructural es un relativismo que arranca de un escepticismo esencial y que busca enseñar a descreer de los absolutos.

La mise en abîme o relato en segundo grado, contribuye a generar una sensación de inseguridad e inestabilidad que parece combinarse con los demás recursos estilísticos o narrativos utilizados por los escritores pertenecientes a la tradición escéptica. No es casual que dos de los ejemplos más ilustres de cajas chinas provengan de la obra de dos autores estrechamente relacionados con dicha actitud filosófica: Shakespeare y Cervantes. En la obra de Borges nos hallamos, por ejemplo, con un relato simbólico dentro del relato principal (“El milagro secreto”); con un mundo imaginado que acaba adquiriendo consistencia e invadiendo la realidad (“Tlön, Uqbar, Orbis tertius”);  y con un bucle infinito de miradas (“El Aleph”).

Otra de estas estrategias narrativas es la alteración de la presencia autorial. Los escépticos problematizan la autoridad última del narrador, considerado habitualmente como fuente indudable de toda verdad, consiguiendo en la ficción una crisis de criterio equivalente a la que el escéptico siente en la realidad. Como Cervantes, Borges pone en cuestión la omnisciencia del narrador. Tal es el caso de “La biblioteca de Babel”, donde el narrador no sabe si habla el mismo lenguaje que el lector; de “El jardín de senderos que se bifurcan”, que resulta ser la transcripción de una declaración dictada e incompleta; o de “La forma de la espada”, donde se nos relata la historia desde el punto de vista de un traidor que al final resulta ser el mismo narrador.

Asimismo, el final abierto no sólo implica una duda final sino que también contamina de incertidumbre toda la obra y elimina toda posibilidad de hallar “la interpretación verdadera”; la elipsis y la paralipsis, estrategias narrativas esenciales del género policial, le dan ambigüedad al texto y preparan el final abierto; el final inesperado sorprende las limitadas capacidades de análisis y previsión del lector; y el perspectivismo puede ser considerado como la traducción a términos narrativos del relativismo subjetivista de corte escéptico. Una última estrategia narrativa de influencia escéptica podría ser el uso relato como reducción al absurdo de doctrinas filosóficas donde a partir de unas premisas aparentemente evidentes se infieren mundos fantásticos como el de “Tlön” o el de “La lotería en Babilonia”.

También los temas y símbolos de la obra de Borges forman una constelación lo suficientemente cohesionada como para poder afirmar que responden, junto con las demás características aquí estudiadas, a una misma actitud escéptica.

En lo que respecta a los temas nos hallamos con el olvido, que no deja de ser una de las mayores limitaciones cognoscitivas del ser humano; los estados de conciencia alterada como el sueño, la locura, la enfermedad y las pasiones que nos hacen dudar de la existencia de un estado normal de percepción; el rechazo por la cultura libresca y el estudio excesivo, que concuerda perfectamente con el convencimiento de que la verdad es inalcanzable; la teología vista como una mera elucubración sin mayor valor que el estético o como herramienta conceptual para comprender las limitaciones cognoscitivas del ser humano; y el infinito, un concepto disolvente que amenaza el edificio racional.

Al analizar los símbolos traté de no empobrecer con mi enfoque interpretativo la rica multiplicidad que suele caracterizarlos. Hallé que, desde una clave escéptica, el más importante de todos los símbolos era el de la búsqueda ya que el escéptico se presenta como un perpetuo buscador que cree que todavía nadie ha encontrado una verdad indudable. En Borges dicho símbolo se encarna en personajes que buscan y no encuentran ya sea un libro (“La biblioteca de Babel”), un camino (“El jardín de senderos que se bifurcan”), una fórmula (“El Golem”), una palabra (“La busca de Averroes”), un asesino (“La muerte y la brújula”), una interpretación (“Tres versiones de Judas”), la muerte (“El inmortal”) o una visión (“La escritura del dios”).

Estrechamente relacionado con el de la búsqueda está el símbolo del laberinto cuyo uso se remonta a los inicios mismos de la tradición escéptica que tildó de laberíntica la oscuridad verbal y conceptual de la filosofía especulativa. En relatos como “La casa de Asterión”, “La muerte y la brújula”, “El jardín de los senderos que se bifurcan” o “El inmortal”, el laberinto nos remite a un mundo inescrutable en el cuál el hombre sólo puede perderse.

También la biblioteca es un lugar en el que los buscadores se pierden. Ésta no es sólo una amplificación de la imagen de la naturaleza como libro sino también como símbolo de la acumulación de saber humano. Acumulación que, para el escéptico, es caótica, errónea y, en todo caso, incompleta. La enciclopedia es una biblioteca concentrada en la que también los hombres se pierden. Vemos, pues, que para Borges no sólo la cábala, en particular, sino también la lectura, en general, es símbolo de los vanos esfuerzos realizados por el ser humano con el objetivo de descifrar los arcanos del universo.

Es imposible agotar la lista de símbolos escépticos. Faltan, por ejemplo, la torre circular a la mirada pero cuadrada en la realidad, típico ejemplo escéptico de cómo la distancia distorsiona la percepción de los objetos; la torre de Babel, símbolo de los pecados de orgullo –vital o cognoscitivo- que el ser humano comete una y otra vez a lo largo de la historia; el espejo, que imperceptiblemente nos deforma; y la ceguera, que nos remite a la desorientación vital y epistemológica en la que viven los seres humanos.

6.- Conclusión

Para concluir quiero indicar que el carácter híbrido de este estudio me ha obligado a tratar desde dos enfoques diferentes aunque complementarios algunos de los conceptos centrales de mi trabajo. Por ello no me gustaría que se tomasen como repeticiones lo que considero relecturas necesarias para una mejor comunicación entre las dos disciplinas que en este trabajo se encuentran.

En lo que atañe a las conclusiones de mi estudio me gustaría señalar que su brevedad responde al temor de repetir aquello que tanto en la estructura como en la redacción consideraba haber evidenciado con suficiente claridad.

Soy consciente, con Borges, de que un sistema es la subordinación de todos los elementos de un universo de discurso a uno solo de esos elementos. El mío, como todos, se ha visto obligado a simplificar una obra plural y compleja aunque mi intención nunca fue desentrañar sus misterios sino, solamente, dar cuenta de ellos.


Fuente : Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo.
Número 10 Año III Octubre 2005

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