domingo, 28 de septiembre de 2014

Las virtudes de la leche cuajada




Martin Hadis

JORGE LUIS BORGES y Adolfo Bioy Casares se conocieron hacia 1932, durante una reunión en casa de Victoria Ocampo. "La reunión era en honor de un extranjero ilustre", recordaría Bioy años más tarde. "Me puse a conversar con Borges; Victoria nos increpó: había que atender al huésped. Algo ofuscado y muy corto de vista, Borges volteó una lámpara. Debió de parecernos que esta pequeña catástrofe le probaría a Victoria que no debería interrumpirnos, y proseguimos nuestra conversación". La conversación no sólo no se interrumpió sino que marcó, de hecho, el inicio de una pródiga tarea en conjunto.

Entre las obras más conocidas que Borges y Bioy escribieron en colaboración (muchas de ellas bajo el seudónimo H. Bustos Domecq) se encuentran sus cuentos policiales. Pero más allá de estas obras ya publicadas, existía -en bibliotecas, archivos y colecciones privadas- una cantidad significativa de material que permanecía inédito. Este libro, titulado Museo (Emecé. Buenos Aires, 2002) es el resultado de la búsqueda y recopilación que Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi han realizado de esos textos hasta ahora dispersos.

La pieza más importante de este Museo es, sin duda, el folleto sobre las virtudes de la leche cuajada. Se trata de la primera colaboración entre Borges y Bioy, encargada por una conocida marca de productos lácteos que pertenecía a la familia Casares. Este texto, buscado infructuosamente durante años por coleccionistas y bibliófilos, ve la luz por primera vez en este volumen. Se trata de un rescate fundamental: al leerlo, resulta evidente que Borges y Bioy se divirtieron a lo grande escribiéndolo. El texto entero es una gran broma lúcida: enumera las virtudes del yogur, pero lo hace en un tono que recuerda más a la Historia Natural de Plinio que a una publicación comercial. Se trata de un estilo tan característico que resulta difícil pensar a qué otros autores podría ocurrírseles perpetrar una broma literaria de este calibre. Entre elogios a la leche balcánica y ponderaciones de las bondades de distintas variedades de bacilos y otros microbios, el lector distinguirá la semilla de lo que sería después el estilo inconfundible de H. Bustos Domecq: las referencias absurdas, las afirmaciones descabelladas y un humor a la vez sutil y mordaz.

A comienzos del folleto, Borges y Bioy citan un supuesto dicho árabe -"quien tiene salud tiene esperanza"-, para luego aclarar que detrás de la esperanza, los árabes, "esos musculosos halcones del desierto", tienen algo más que lucha por su salud: "La leche cuajada". Páginas más tarde nos enteramos de que el yogur acerca al hombre a la inmortalidad: en Bulgaria, donde ésta es alimento esencial, abundan los centenarios. "Es clásico el ejemplo de los once hermanos Petkof", rematan los autores, "que rebasaron todos los 100 años, excepción hecha de María Petkof, que murió a los 91". Las demás secciones se ocupan de los méritos del yogur entre los bretones, los franceses, los tártaros y los kalmuks; las páginas finales ofrecen una serie de recetas para preparar bollos de maíz o pasteles. Al terminar de leer este texto, no queda demasiado claro si el blanco de todas estas bromas literarias habrán sido los potenciales consumidores de yogur o los mismos empresarios que encargaron su redacción.

El título que da nombre al libro es una recopilación de textos escritos por terceros. Se trata de fragmentos publicados originariamente en las revistas Destiempo y Los Anales de Buenos Aires. A éstos les siguen las sinopsis de dos guiones de cine (Invasión y Los otros) y varias traducciones publicadas en la revista Sur, entre las que sobresale una versión castellana de la Hydrotaphia de sir Thomas Browne.

Dos testimonios -el primero de Bioy Casares, el segundo de Borges- enmarcan a esta antología diversa. Borges afirma que Bioy es su maestro; Bioy, que colaborar con Borges equivale a años de trabajo. Lo cierto es que en estos textos brillan el goce y la destreza de un juego compartido que duró décadas y que dio lugar a una de las colaboraciones más célebres de las letras latinoamericanas del siglo XX. "Las obras de Bustos Domecq", afirmó una vez Borges, "no se parecen ni a lo que Bioy escribe por su cuenta ni a lo que yo escribo por mi cuenta. Ese personaje existe de algún modo, pero sólo existe cuando estamos los dos conversando". La magia de este libro consiste, tal vez, en permitir a los lectores disfrutar, por vez primera, de momentos clave y hasta hoy perdidos de esa grata y duradera conversación literaria.

Fuente : El País – Madrid
4 ENE 2003


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