viernes, 2 de enero de 2015

EL SECUESTRO DE BORGES



Dr. Luis Alberto Melograno Lecuna

Con el mismo espíritu trasgresor con que pergeñábamos nuestras irreverentes narraciones, lo fuimos a recibir al aeropuerto. No teníamos idea en esa época del respeto académico que naturalmente se le profesaba en el mundo de las letras, ni de su trascendencia mundial, y si sí lo sabíamos, era algo que no nos quitaba el sueño.

Con el mismo desparpajo había estado yo tantas veces en la casa de la calle Maipú, solo o con algún secuaz circunstancial como Carlos o Juan Pablo, donde me hablaba o nos hablaba de Mar del Plata, de Bioy y las hermanas Ocampo, inquiría sobre el origen vasco del apellido Lecuna, y final e indefectiblemente iteraba una confusa historia de un asesinato en una estancia de la zona, que sin duda todavía lo tenía, décadas después, muy intrigado.

Finalmente el avión llegó, y con él, los hermanos Borges. En un coche oficial que el inepto Secretario de Gobierno nos había facilitado después de febriles negociaciones, nos dirigimos al Hermitage Hotel.

El viaje de Camet al centro fue intelectualmente excitante. Hablamos de "si literatura comprometida o compromiso con la literatura", de la "previsible influencia del misógino Shopenhauer, del pragmático James, del idealista Hume o del nominalismo en la obra borgesiana", del "plagio como acto generador de nuevas instancias artísticas, (haciéndole creo, un interesante paralelo Borges - Picasso)", de que "hasta qué punto los filósofos y las ideas filosóficas que usted cita en su obra no son meros personajes y temas para alimentar sus ficciones", de "qué pasa con la influencia de Carriego en su obra, y sin ir más lejos, con la de Juan Filloy", y (como no podía ser de otra manera), también se habló cual tácito ritual, "de una confusa historia de un asesinato en una estancia de la zona".

Llegados al Hermitage, y antes de subir a sus respectivas habitaciones, Georgie y su hermana acordaron disfrutar de un almuerzo más que frugal. Sobre la mesa del restaurante sólo había una botella con agua, y humildes porciones de arroz con queso. De postre, y como contrapartida paradojal, el se sirvió unas oximorónicas gotas para combatir el estreñimiento, que Norah le llevaba en su cartera. Le hice notar el contrasentido de comer arroz con queso teniendo este tipo de inconveniente intestinal, pero no obstante consideró que ya estaba habituado a ambas contingencias.

En la sobremesa, continuamos el ping pong de datos y citas que habíamos iniciado en el aeropuerto. Lejos de defenderse de algunos planteos que hoy juzgo inútilmente agresivos, él consentía mis temerarias aseveraciones respondiendo trémulamente y con cierto pudor "-Sí, Lecuna, efectivamente, no sé pensar en sentido filosófico, - me decía - sí, llegar a la esencia última de las cosas, es así.

Norah quedó prendada del perfil griego de mi primo Carlos, a punto tal que sacó un lápiz y un papel, y bocetó su rostro. (Es un obsequio que Balmaceda guarda con unción, y luce actualmente en el enmarcado living de su casa).

Finalmente, los conducimos a sus habitaciones. Carlos acompañó a Norah, y yo a Borges. Cuando atravesamos el umbral, me pidió que "le enseñara cómo era el cuarto". Con una mano fue memorizando las dimensiones del mismo, y la ubicación del escaso mobiliario que necesitaría. Para mi sorpresa, (o para mi ignorancia, que lo hacía absolutamente ciego), me pidió que tapase la ventana, porque la luz le hacía daño.

Dejó el bastón sobre la cama más cercana al placard, y me pidió que le mostrara el baño, al que también investigó minuciosamente. Con una precisión envidiable identificó artefactos, se desplazó del baño al placard, del placard al baño, demostrándome con suficiencia lo innecesaria de mi presencia de pseudo lazarillo. Mientras se quitaba el saco, me pidió cortésmente que apagara todas las luces, y que lo pasara a buscar una hora antes de la conferencia, que estaba prevista para las ocho de la tarde.

Al reencontrarme con él ( ya nos esperaba en el lobby del hotel), tuve el desatino de comentarle que el teatro estaba rebalsando de gente, y que muchos ni siquiera habían podido entrar. Al enterarse de la presencia de tanto público, sintió pánico, y rápidamente me lo transmitió, al decirme que mejor iba a ser no dar la conferencia, porque "le asustaba estar delante de tanta gente".

No sé si fui crudo, irónico, exulto o realista, pero lo único que desesperadamente atiné a decirle sin pensar fue: "-Haga de cuenta que no hay nadie, total, no los va a ver..." Instantáneamente recapacité arrepentido de haber proferido tamaño irrespetuoso desatino verbal, pero, para mi tranquilidad, lejos de ofenderse, tomó mi sugerencia como una consideración lógica y aplicable...

Aún no sé si Juan Carlos hablaba en broma o en serio, pero en los días previos a la llegada de Borges, García Reig insistía en la posibilidad de secuestrarlo sin que él se diera cuenta, y recrear un viaje imaginario con el único objeto de registrar todo en un libro que obviamente se titularía: "El secuestro de Borges".
  
Siguiéndole el juego, la cosa se fue armando con cierta lógica. El grupo de terroristas literarios nos denominaríamos a los fines periodísticos, con el apelativo de "Comando Jacinto Chiclana". Se pensó además en hacer acopio de diversos elementos como ventiladores, butacas, perfumes, reflectores, micrófonos, calefactores, con el objeto de ir creando, en una misma habitación, distintos efectos especiales de modo tal que Borges creyera que viajaba en avión, en auto, percibía olores, brisas o soles inexistentes en un viaje imaginario con el único propósito de despistarlo, y hacer que el secuestro fuera de lo más ameno y climáticamente variado.

Para ser más convincentes, alguno sugirió que el lugar indicado tenía que ser el estudio de grabación de José Milano. Afortunadamente, en esa época habían empezado a pulular las novelas tituladas: "El secuestro de...", por lo que finalmente nos pareció muy poco original eso de secuestrarlo, aunque más no fuera con fines literarios... Y si algo teníamos claro todos en ese entonces era que había que ser original, o no ser.

Como era de esperar, la conferencia en el Auditórium fue un éxito absoluto. Como broche de oro, al día siguiente estaba previsto un programa de TV en Canal 8, cuya grabación lamentablemente descreo haya sido conservada.

En el trayecto de regreso al Hermitage, que Borges quizo hacer a pie, se me ocurrió contarle la absurda historia del secuestro, pero el ruido de la calle, los automóviles, y la gente que lo reconocía y se acercaba a saludarlo, me impidieron hacerlo.
  
La ocasión se dio en el lobby del hotel, mientras aguardábamos a Norah para cenar. Le conté al detalle sobre la alocada idea de secuestrarlo "con fines literarios", le dije que no era la primera vez que se nos habían ocurrido desatinos semejantes, pero que se quedara tranquilo, porque estas propuestas no pasaban del terreno de las ideas, y que eran meros ejercicios intelectuales sin consecuencia práctica alguna, aunque muchas veces obedecían a cuestiones atendibles.

Recuerdo que cité como ejemplo, la que en un momento consideramos como "la imperiosa necesidad de organizar el Comando Estético", con el noble propósito de destruir las innumeras y adefésicas esculturas perpetradas en plazas y paseos públicos del balneario, y de distribuir panfletos y / o periódicos murales alertando a la desprevenida población de la ciudad, de la existencia de autodenominados círculos y / asociaciones literarias que agredían a mansalva y sin consideración alguna a la lengua que nos dio Castilla.

La idea del secuestro, lejos de asustarlo, le pareció asaz interesante, a punto tal que lamentaba que no se hubiera concretado, consideración que en aquél momento me dejó absolutamente perplejo. El me quería hacer creer que había tomado absolutamente en serio lo que para nosotros significaba simplemente un juego...

Insistió en que el secuestro hubiera sido una experiencia excitante, y que si le habría encontrado diferencias con los viajes reales, seguramente esas diferencias serían a favor del viaje imaginario, ya que si era organizado por escritores, seguramente iba a estar mejor preparado que los otros...

Al día siguiente, ya en la cafetería del aeropuerto, y mientras aguardábamos la salida del avión que lo llevaría de regreso a Buenos Aires, obligado a cumplir un absurdo requisito municipal, como era hacerle firmar un contrato a un ciego, le expliqué de qué trataba el papel que ponía en sus manos, tras lo cual Borges, dócilmente, firmó. Fue todo un acto de fe, pues podría haber firmado la declaración de la independencia de Tertius, la Equal Rights Amendment, o un contrato de locación.

Ya con un pie en el avión, y como saludo final, me recriminó nuevamente que no se hubiera concretado un secuestro de esas características, y me alentó para que lo intentáramos en otra ocasión.

(Esa ocasión nunca existió, pero hoy y a la distancia, precisamente desde el lugar donde Borges de algún modo comenzó a ser dado a conocer de la mano de Anderson Imbert, quise rememorar aquel momento a partir del cual los verdaderos secuestrados fuimos nosotros: aquellos jóvenes marplatenses afectos a las letras. Secuestrados por la prosa precisa, la intuición poética, el inveterado escepticismo, la fina ironía, el goce estético, la libertad de creación, y el afán lúdico de la genial pluma borgesiana).

  
 Harvard Square, Cambridge, marzo de 1996

Fuente :Ocities



 

1 comentario:

  1. Este ladri también inventó un prólogo de JLB para el libro "Colecticia Borgesiana." Siempre dijo que era de Borges y cuando con los años, internet lo acorraló, dijo que se lo había mostrado a Borges y él le había dicho: "es como si lo hubiese escrito yo." LADRON.

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