domingo, 3 de septiembre de 2017

Dos textos de Borges en Irak


Bassem Al Meraiby
Poeta y editor iraquí, radicado en Suecia.

Encontré a Jorge Luis Borges, a principios de los años 80 bajo los portales de la calle Al Rashid. Acababa de salir del Baraziliyya café. Titubeaba en cruzar la calle. Lo tomé del brazo. Mientras caminábamos hacia el edificio del Correo Central, le pregunté: ¿Qué te ha traído aquí, si nuestro país está en guerra? Dijo: No importa, soy descendiente de guerreros. Vengo en búsqueda de Harún al-Rashid. Llevaba, en mi mano, La epopeya de Gilgamesh, que acababa de comprar ende una librería a pocos pasos del café. Puse el ejemplar en su mano y dejé al maestro en el laberinto de Bagdad.

Barajar
El interrogador encargado de seguir el caso del secuestro y asesinato del pintor y periodista Salam Raoof Jattar se sorprendió al ver al sospechoso confesándolo todo; no sólo su responsabilidad en este crimen, sino de otros también, cuyos víctimas, en su mayoría, han sido gente conocida. Confesó que pertenecía a una organización llamada “Grupo independiente del crimen”. Asombrado, el interrogador preguntó acerca del nombre de la pandilla. El detenido explicó que su grupo no se adscribía a ningún partido político de esos que abundan y controlan el país. Su misión, dijo, es antes que todo observar los conflictos y regateos entre el gobierno y los otros partidos o personalidades políticas, por un lado, y los periodistas, intelectuales y los opositores en general, por el otro. Debido al creciente número de casos donde tales conflictos se transforman en amenazas, su organización –así insistió en llamar a su pandilla– se aprovecha de la tensión reinante para elegir a las víctimas para la ejecución de sus crímenes. La muerte de ellas, dijo, luego aparece como un ajuste de cuentas entre las partes en conflicto. Nosotros no tenemos nada que ver con todo lo que pasa y nada nos importa, dijo, y todos los asesinatos que hemos cometido los hicimos sin querer. Nuestra misión, dijo, es barajar. Con estas palabras terminó el asesino su confesión y parecía estar tranquilo.

El dictador y los perros
El dictador reprochaba a sus ciudadanos por no amar a los perros. Según él, no amar a los perros indicaba su retraso. Así, emitió una orden que obligaba a cada individuo adulto a adoptar un perro. Una familia que contaba con diez adultos entre sus miembros tuvo que convivir con diez perros en la casa, y así sucesivamente. Fue así como, con el tiempo, el número de perros si hizo igual que el número de los ciudadanos. Misteriosamente, el número de perros comenzó a superar al de los ciudadanos hasta que, un día, sólo quedaron los perros y el dictador. Fue cuando el dictador suspiró profundamente y dijo: Sólo ahora hemos alcanzado el progreso.


 Bassem Al Meraiby
Poeta y editor iraquí, radicado en Suecia.
Traducido del árabe al español por Shadi Rohana
Tomado de La Jornada Semanal.

Fuente : Listín diario


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